El cuerpo es el primer territorio que habitamos, ocupa y es espacio, así que los territorios habitados son inseparables del conjunto de relaciones e intercambios que en ellos tienen lugar (Lindón, 2009). El cuerpo envuelve cuidado como toda actividad en el espacio que hacemos para mantener, continuar y reparar nuestro mundo, para que podamos vivir tan bien como sea posible, desde cinco fases: reconocer la necesidad de cuidar, atender, cuidar, recibir cuidados, y cuidar con (Tronto, 2005). Las espacialidades de los cuidados es lo corporal y relacional de las actividades del cuidado en el espacio, que no es neutro ni universal, es interseccional, se habita diferenciado por género, etnia, edad, clase, condición económica.

Las fases del cuidado se expresan en emociones como esa potencia que acompaña la acción (Illouz, 2006), como esa capacidad del cuerpo de afectar y ser afectado (Ahmed, 2015). Las emociones como experiencia implican al tiempo cognición, afecto, motivación y cuerpo, y nos vincula ineludiblemente al espacio que habitamos. Desde el Quédate en Casa por Covid19, se ha diagnosticado con mayor ahínco que antes de este evento, la habitabilidad en el ambiente construido con enfoque salubrista y como espacio neutro sin cuerpos que lo produzca, ya que técnico e investigador identifican condiciones espaciales separadas de quien lo habita, o asumen un sujeto homogéneo, por lo que la reflexión no es situada en la persona desde su experiencia diferenciada en el espacio, y no incorpora las expresiones de las emociones en el espacio.

Interesa investigaciones sobre habitabilidad, prácticas del habitar y cuidado en el ambiente construido; rol de las emociones en los estudios sobre el territorio; geografía y espacialización del cuidado.